La leyenda del Algarrobo.
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La leyenda del Algarrobo.
LA LEYENDA DEL ALGARROBO
Levante es tierra del algarrobo.
Crece hasta en lo más alto de sus sierras siempre que estas dan al mar. Todos los años da sus fruto, más o menos abundante, pero siempre seguro.
Este árbol singular tiene su leyenda.
Había una vez un labrador valenciano al que todas las cosas le salían mal; la buena suerte al parecer, no quería aliarse con aquel hombre. Llego a perder la considerable hacienda que le dejaron sus padres y un día, visiblemente desesperado y viéndose casi en la miseria, exclamo con todas las fuerzas que le quedaban:
¡Me daría al diablo!
Al momento, como nacido en el mismo aire, apareció ante el un extraño caballero. Iba vestido de negro, con gran cuidado y despedía un ligero olor a azufre.
¿Que has dicho?
¡Que me daría al diablo!
¿Por que? indago el satánico personaje.
Porque antes de verme en la total indigencia prefiero pactar con Satanás.
Pues aquí me tienes.
¿Tu. ? ¿Tú eres Satanás? ¡No te creo! ¿Me estas engañando?
¿Es que acaso no has visto que he aparecido de la nada? Pídeme lo que desees y té lo concederé ¿Qué quieres?
Oro, mucho oro... pidió el campesino.
De acuerdo lo tendrás aseguro el maligno.
Y se mostró dispuesto a satisfacer el deseo del campesino si... transcurrido cierto tiempo, le entregaba su alma y le ofreció una bolsa de la cual podría sacar cuanto oro se le antojase. El labrador acepto la transacción prometiéndole entregar su alma y su cuerpo a Satanás cuando no hubiese algarrobas en el algarrobo.
Pasaron el invierno y la primavera.
Nuestro hombre se encontró tan rico como jamás pudo soñar; disfrutaba alegremente de su fortuna pero no olvidaba su obligación de socorrer a cuantos acudían a el con demanda de alimentos o económico.
Vino agosto y el calor hizo madurar las algarrobas.
Cuando se hubo terminado la recolección, el diablo se presento de nuevo.
Pero no fue recibido con lamentos, ni gritos ni desesperación, como solía ocurrir en circunstancias semejantes, sino con buen humor cosa que le hizo sentirse algo preocupado ante tal recibimiento.
Como el labriego no daba muestras de que había llegado la hora de cumplir su pacto con Satanás, este le dijo que no quedaba por recoger ni una algarroba en toda la comarca.
Comenzaron a discutir, uno decía que había cumplido el tiempo convenido, el otro porfiaba que no.
Y como ninguno daba su brazo a torcer, decidieron dar una vuelta por el campo.
¿Ves como no ha quedado ni una algarroba?, anunciaba el diablo mirando en su entorno.
Y el campesino, señalando las tiernas algarrobas, las que brotan por San Juan, después de que el árbol florece por la primavera, exclamo: ¿Y eso que es? Cuando Dios quiera que en un año no nazcan, ven por mí. Pero mientras antes de madurar un fruto este otro esta en camino, no se cumplirá el pacto.
El diablo echando, echando fuego por nariz y boca, se marcho furioso, maldiciendo al árbol por culpa del cual había sido engañado por primera vez. Desapareció dejando un fuerte olor a azufre.
Levante es tierra del algarrobo.
Crece hasta en lo más alto de sus sierras siempre que estas dan al mar. Todos los años da sus fruto, más o menos abundante, pero siempre seguro.
Este árbol singular tiene su leyenda.
Había una vez un labrador valenciano al que todas las cosas le salían mal; la buena suerte al parecer, no quería aliarse con aquel hombre. Llego a perder la considerable hacienda que le dejaron sus padres y un día, visiblemente desesperado y viéndose casi en la miseria, exclamo con todas las fuerzas que le quedaban:
¡Me daría al diablo!
Al momento, como nacido en el mismo aire, apareció ante el un extraño caballero. Iba vestido de negro, con gran cuidado y despedía un ligero olor a azufre.
¿Que has dicho?
¡Que me daría al diablo!
¿Por que? indago el satánico personaje.
Porque antes de verme en la total indigencia prefiero pactar con Satanás.
Pues aquí me tienes.
¿Tu. ? ¿Tú eres Satanás? ¡No te creo! ¿Me estas engañando?
¿Es que acaso no has visto que he aparecido de la nada? Pídeme lo que desees y té lo concederé ¿Qué quieres?
Oro, mucho oro... pidió el campesino.
De acuerdo lo tendrás aseguro el maligno.
Y se mostró dispuesto a satisfacer el deseo del campesino si... transcurrido cierto tiempo, le entregaba su alma y le ofreció una bolsa de la cual podría sacar cuanto oro se le antojase. El labrador acepto la transacción prometiéndole entregar su alma y su cuerpo a Satanás cuando no hubiese algarrobas en el algarrobo.
Pasaron el invierno y la primavera.
Nuestro hombre se encontró tan rico como jamás pudo soñar; disfrutaba alegremente de su fortuna pero no olvidaba su obligación de socorrer a cuantos acudían a el con demanda de alimentos o económico.
Vino agosto y el calor hizo madurar las algarrobas.
Cuando se hubo terminado la recolección, el diablo se presento de nuevo.
Pero no fue recibido con lamentos, ni gritos ni desesperación, como solía ocurrir en circunstancias semejantes, sino con buen humor cosa que le hizo sentirse algo preocupado ante tal recibimiento.
Como el labriego no daba muestras de que había llegado la hora de cumplir su pacto con Satanás, este le dijo que no quedaba por recoger ni una algarroba en toda la comarca.
Comenzaron a discutir, uno decía que había cumplido el tiempo convenido, el otro porfiaba que no.
Y como ninguno daba su brazo a torcer, decidieron dar una vuelta por el campo.
¿Ves como no ha quedado ni una algarroba?, anunciaba el diablo mirando en su entorno.
Y el campesino, señalando las tiernas algarrobas, las que brotan por San Juan, después de que el árbol florece por la primavera, exclamo: ¿Y eso que es? Cuando Dios quiera que en un año no nazcan, ven por mí. Pero mientras antes de madurar un fruto este otro esta en camino, no se cumplirá el pacto.
El diablo echando, echando fuego por nariz y boca, se marcho furioso, maldiciendo al árbol por culpa del cual había sido engañado por primera vez. Desapareció dejando un fuerte olor a azufre.
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